Los Cuentos de Encarnación | #145
DANIEL
Él nunca fue ni quiso ser como nosotros, o por lo menos eso es lo que yo siempre pensé. Sólo estaba allí en su silla, a veces ausente, a veces como intentado conectarse con nosotros... conmigo, no lo sé.
Era mayor que yo y desde que tengo uso de razón siempre fue igual. No podía hablar; apenas logró verbalizar la expresión "Tá", a veces acompañado de otra vocal: "i tá", "a tá"; como si así pudiese decirlo todo. Aunque podía desplazarse, no podía caminar muy bien porque sus piecitos estaban deformes. Debíamos darle la comida porque aunque sí podía sujetar un vaso, con la misma lo podía lanzar al suelo; así que mejor prevenir. No aprendió a ir al baño y mejor no entro en detalles de los malabares que hacía la familia día a día para atenderlo.
Pero sí aprendió a lanzar y dar besos, a sonreír y hacernos sonreír. En ocasiones se sintió apenado, como los niños cuando conocen a alguien nuevo que se esconden detrás de sus padres. Recuerdo que solía bajar la mirada cada vez que yo llegaba de visita pero luego no paraba de "hablar" y darme o lanzarme besos.
En sus alrededor de 40 años (no recuerdo exactamente qué edad tenía) mi primo no hizo otra cosa que estar. Estar. Solo por eso lo amamos. Fue muy duro tener que decirle adiós en la distancia y no poder viajar y estar con sus hermanos. Me pasó lo mismo cuando mi tía murió, no pude llegar.
Por eso quiero honrar su memoria contándoles a todos que tuve un primo lllamado Daniel, que no hizo otra cosa durante toda su existencia que amar, que amarnos. Ojalá yo pueda aprender un poco de él, a vivir así... amando.
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