Martes | 03/11/2015


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Los Cuentos de Encarnación - Nro.65


DE PASEO EN EL CLUB

Me invitaron a un club en Caracas... Bueno, una amiga tenía unos pases de cortesía y para no ir sola con su bebé me pidió que la acompañara. Aproveché que tenía un día libre por tomar en mi trabajo y nos fuimos un jueves.

Mi expectativa: Tirarme en la grama, jugar con el bebé, hacer como un picnic... Disfrutar del sol, la vegetación... En fin, un día lleno de verdor, aire fresco, alejados de la ciudad.

Realidad (en verdad a veces creo que soy medio ignorante): El club quedaba en plena urbe, un terreno (por llamarlo de alguna manera) con canchas de tenis, piscinas, restaurantes, gimnasio, canchas de bolas criollas y otras de esas múltiples... Nada más alejado de mi expectativa. ¡Ah! Sí había un parquesito con columpios y toboganes!

Mi amiga, que lo que quería era que el bebé disfrutara de la piscina, se fue equipada para la ocasión. Yo por supuesto me tuve que quedar bajo un toldito porque jamás pensé llevar traje de baño ni nada por el estilo. Así que me dediqué a ayudar a mi amiga con el bebé en todo lo que necesitara y a observar...

No había casi nadie ese día, un par de señoras que parecían de lo más "estiradas" descansando junto a la piscina, pero en ropa de gimnasio (supongo venían de allí); una chica practicando natación con un profesor particular; un grupo de jóvenes (veinteañeros) que, para mi, comenzaron a tomar alcohol desde muy temprano; un par de señores más allá... luego otra señora mayor que se puso a ejercitarse en la piscina... y así.

No pude evitar preguntarme: "Pero bueno, ¿y esta gente no trabaja? ¿no estudia?". Parecían personajes de telenovela, como ficticios. Y de repente todos me cayeron como mal. Yo me parto la espalda la trabajando y ni a un parque me puedo escapar a veces, y estas personas de lo más tranquilas en su club un día laboral, como si no tuvieran responsabilidades. "Hijitos de papá y mamá", "ricachones", fueron los adjetivos que me vinieron a la cabeza.

Cerca del mediodía llegó una familia con un niño de unos tres años a la piscina donde estábamos mi amiga y yo. Luego de los saludos cordiales respectivos, el papá se ausentó un momento mientras la madre animaba al niño a jugar y disfrutar del agua. La señora comenzó a hablar con mi amiga: "Esto es un milagro, hasta hace muy poco mi hijo no podía ni acercarse al agua y míralo ahora, ya se mete y juega conmigo" le comentó con esa cara de sorpresa y orgullo que sólo una madre puede expresar.

Esa señora me puso a pensar porque tenía todavía cierto malestar por el temita de la "gente del club", porque la verdad, me alegré con ella por el pequeño logro de su hijo. Y como suelo hacer conmigo misma, comencé a preguntarme las cosas, porque yo no me quedo con espinitas fastidiosas: ¿pero cuál es el problema con la gente del club? ¿qué tiene de malo que alguien en vez de pagar un gimnasio pague su membresía y disfrute de otros beneficios? ¿y si esas personas necesitan por razones médicas ejercitarse en una piscina? ¿y si la chama con el entrenador es de alguna selección o también necesita nadar por su salud? Y al fin de cuentas ¿cuál es el bendito problema si la gente se quiso "jubilar" de su trabajo/universidad un día? ¿y si todos estaban de vacaciones?

Me hice tantas preguntas que me cansé... Al final concluí que fueron mis juicios los que me agotaron, mis pre-juicios, pues no tenía más evidencia que un día y una mirada para generarme yo misma todo ese malestar.

No les voy a negar: disfruté mucho mi día porque fue ciertamente diferente y la pasé con personas muy queridas para mi, pero quizá lo hubiese disfrutado un poco más si me hubiese preocupado menos en juzgar a los demás.

¿No les ha pasado algo parecido? ¡Cuéntenme y envíenme su historia a [email protected]!

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