Martes | 17/02/2015


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Los Cuentos de Encarnación - Nro.36


EN CLAVE DE SOLIDARIDAD

Ésta vez, es uno de mis "paseos" en el Metro de Caracas lo que nos ambienta el cuento de hoy:

Era ya de noche y venía cansada del trabajo, toca viajar parada y ni modo. Tengo de frente a una mamá con sus tres hijos (una jovencita y dos chamos que parecen morochos), todos bien sentaditos. A mi lado, de pie, una muchacha que parece que está embarazada, como que se le está empezando a ver la barriguita; y su lado una abuela.

La mamá me mira, mira a la chica a mi lado, también a la señora mayor y le dice a uno de sus chamos: "Siéntate con tus hermanos para darle este puesto a la señora", e inmediatamente llama a la abuela.

La abuela mira a la muchacha y con esa seguridad de quien sabe cuándo una mujer está preñada y cuándo no, le comenta con amabilidad: "Gracias, pero vamos a dárselo a ella que está embarazada".

La muchacha sonríe, como si fuese la primera vez que le ofrecen un asiento, y responde: "Muchas gracias abuela, pero mi bebé no pesa tanto todavía, por favor siéntese usted. Además si usted se baja primero que yo, ya tengo asiento seguro".

La abuela se sienta y comenta: "Bueno, yo me bajo en dos estaciones más". "Y yo en cuatro, así que mejor no pudo resultar. Usted se sienta dos y yo me siento dos" concluye la muchacha.

La mamá, que después de ofrecer el asiento sólo observó la interacción entre las otras dos mujeres, ahora le dice a la muchacha, casi apenada: "Disculpa que no te ofrecí el asiento a ti primero, pero es que una vez lo hice y esa persona casi me comió viva diciéndome que ella no estaba embarazada sino gorda. Desde entonces, me cuido para evitarme el mal rato". A lo que la muchacha, sin perder la sonrisa contesta: "No se preocupe, yo he visto a mujeres con barrigas más grandes que la mía viajar de pie sin que nadie se solidarice con ellas, también abuelas o abuelos. Lo importante es que todavía hay personas que son capaces de ofrecer ayuda y también de agradecerla.".

Yo me sonreí y observé como las tres seguían conversando del cansancio del día, viajes en el metro y embarazo. Se bajó la abuela (no sin antes despedirse) y la muchacha se sentó hasta que le tocó despedirse también. Y me quedé pensando que en vez de cortesía, lo que nos hace falta es solidaridad, hacer como estas tres mujeres: mirar a nuestro alrededor y descubrir que hay personas que pueden llevar una carga más pesada que la nuestra y ofrecer nuestro asiento (o nuestra mano), aunque sea por dos estaciones, para aliviarles un poquitín el camino; quién quita y nos consigamos un compañero o compañera de viaje con quien conversar y amenizar el propio trayecto.

Los espero el próximo martes con otro cuentico... pero no dejen de enviarme los suyos a [email protected]
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